El adulterio en la literatura francesa del siglo XIX

Emma Bovary y la Señora de Rênal como mujeres que incurren en adulterio, figuras retratadas por la literatura francesa del siglo XIX

Simitrio Quezada

Introito

Para muchas sociedades, la gravedad del adulterio aumenta cuando es una mujer quien incurre en esta falta. El sólo hecho de referir algo así lograba, antaño, ser catalogado como inmoral. En este sentido, Stendhal y Flaubert no sólo provocaron una ruptura en el ámbito literario en el que su obra estuvo circunscrita: tanto Rojo y negro como Madame Bovary hablan de mujeres que incurren en adulterio. Con todo, las diferencias son claras, porque Emma Bovary es una adúltera de rasgos que no comparte con la Señora de Rênal.

El presente busca matizar semejanzas y diferencias en el modo en que es expuesta la figura de la adúltera en dos novelas francesas del siglo XIX: Rojo y negro, de Stendhal, y Madame Bovary, de Flaubert. Se harán comentarios en torno a la figura de la adúltera, para pasar a la descripción de Emma Bovary, resaltando lo más característico en ella como adúltera, y confrontando lo pertinente con la descripción de la señora de Rênal. Así se tratarán de comentar las características de cada mujer en el incurrir en adulterio dentro de esta época, retratada por su literatura.

1. La figura de la adúltera

Por mucho tiempo, algunas culturas (sobre todo occidentales) han llegado a considerar que el mayor delito cometido por un hombre es el asesinato, mientras que en la mujer lo imperdonable sería el adulterio. Lo establecido es que el marido sí puede ser infiel varias veces, mientras que su esposa no debe siquiera voltear a un lado: la mujer debe ser hacendosa, atenta y fiel servidora de su esposo e hijos.

Al violentar esta regla, la sociedad no sólo habla, sino hasta trata mal a la que, por el motivo que fuere, incurriera en adulterio. Hay entonces cierta exclusión tácita, recurso convencional cuyo fin es poner de manifiesto la falta ante aquél que lo supiere, para confirmarlo, y ante quien aún no se entera, para que lo sepa.

Ser adúltera, podría decirse, es casi equivalente a ser prostituta. No falta en la sociedad quien hasta trate mejor a una de estas últimas. No importa que una mujer casada se haya conducido correctamente a lo largo de ocho años de matrimonio: si en el noveno cayó, las virtudes del pasado están perdidas. Existe gravedad de este acontecimiento dentro de la sociedad francesa del siglo XIX. Si Emma Bovary lo hizo por buscar una pasión que la hiciera feliz, eso no importaba; si la señora de Rênal comenzó a amar al joven seminarista por creerlo distinto a los demás hombres, tampoco interesaba a la sociedad retratada en ambas novelas: ellas eran adúlteras y punto. El que hombres de letras como Flaubert y Stendhal se preocuparan por rescatar la figura de la adúltera para sus obras literarias era bochornoso para la sociedad donde ellos se permitían los adulterios como divertimentos tal vez, y ellas ocultaban sus “deslices” con buenos mozos y gente de clase.

2. Emma Bovary, la adúltera soñadora

Emma Rouault es la protagonista de Madame Bovary. Hija de un campesino, Flaubert la va definiendo como un alma novelera perpetuamente insatisfecha. Ello se debe a la educación de señorita que le brindaron en el convento de su lugar, lo que propició en ella hábitos de lectura que con el tiempo se hicieron desmedidos.

Influida por las novelas que leía, Emma tiene una primera visión rústica del amor pasional que llena el alma de sus heroínas. Por este primer impulso de vivir un amor único en el campo, acepta contraer nupcias con el viudo doctor Carlos Bovary y vivir en la casa que éste tiene en Tostes. Pero no pasa mucho tiempo cuando se da cuenta que en realidad ese matrimonio no era aquello con lo que se había ilusionado:

antes de casarse había creído estar enamorada; pero como la felicidad que esperaba de aquél amor no había hecho su aparición, pensó que se habría equivocado. Y se preguntaba intrigada qué es lo que había que entender concretamente en la vida por palabras como dicha, pasión y ebriedad que le habían parecido tan maravillosas en los libros.[1]

Esta decepción hace que busque desesperadamente el amor en otra parte: Emma es una esposa insatisfecha que busca grandes pasiones; para ella la felicidad no puede encontrarse en medio de cuatro paredes, el entorno que implica la vida matrimonial. Un día descubre que otro médico humilla a Carlos, y a partir de ahí se avergüenza de su marido. Lo encuentra aburrido, sin relación alguna con el amante que busca. Su deseo es vivir un amor distinto; por ello incurrirá en adulterio: quiere encontrar la aventura, sintiéndose protagonista de esas novelas de amor que tanto la han inspirado.

Emma no durará mucho con esta primera inquietud: junto con su marido, cambiará su residencia a Yonville l’Abbaye, donde conoce a León, joven amanuense de notario con quien se entusiasma:

Cerca uno de otro, en tanto que Carlos y el boticario seguían hablando, entraron en una de esas vagas conversaciones en que el azar de las frases conduce siempre al centro de una simpatía común: teatros de París, títulos de novelas, rigodones nuevos, la sociedad que ellos no conocían; Tostes, donde ella había vivido; Yonville, donde se encontraban; todo lo examinaron, de todo hablaron hasta el fin de la comida.[2]

Las ilusiones renacen: Emma no puede dejar de ser idealista. Sin embargo, para su desgracia, León se marcha del pueblo; por lo que ella cesa en sus pensamientos por un tiempo. Para colmo de males, se siente demasiado enferma y un día escupe sangre. Entonces llega la madre de Carlos y le hace ver a éste el error de su esposa: la lectura de novelas, lo que en ese tiempo y sociedad era algo no muy bien visto en las mujeres, mucho menos en las casadas:

-¡Ocupada! ¿En qué? En leer novelas, libros malos, obras contra la religión en las cuales se burlan de los sacerdotes con frases tomadas de Voltaire… Y esto se paga, hijo mío, y el que no tiene religión, acaba siempre muy mal.[3]

Esto trae como consecuencia el que a Emma se le aleje de sus novelas, lo que aumenta más su malestar. Este escenario es propicio para que haga su aparición Rodolfo de Boulanger, seductor provinciano muy dado a los placeres, quien pronto descubre las debilidades de Emma para hacerla suya.

Para Boulanger, el hacer suya a Madame Bovary es un simple goce; mientras que para ella es la realización de sus sueños románticos. Por eso a Emma no le importa mucho incurrir en adulterio. A fin de cuentas, ella lo hace en nombre de la felicidad, una felicidad que nunca llega, pero cuyo deseo mantiene en su interior.

Para dar cumplimiento a lo que tanto desea, Bovary aprende a desenvolverse en esta doble vida que lleva con tal de cumplir sus fantasías novelescas: ante el mundo, ella es sumisa, fiel y cumplidora de las leyes no escritas por la sociedad. Pero, por otro lado, también es fiel a su mundo interno, donde sueña abrasarse con la pasión que al fin la convierta en la mujer que ha idealizado: llena de felicidad y amor desbordantes, con cierto hálito literario envolviéndola por completo.

En un momento dado, Emma discute con su suegra, lo que hace que aquélla le proponga a su amante huir a París. Hasta este momento, Emma siente que es amada como siempre lo deseó; pero la decepción llega cuando Rodolfo la abandona en el instante preciso en que ella lo tenía preparado todo para dar plenitud a la pasión de ambos lejos de los demás. Rodolfo la abandona dejándole una carta donde expone su actitud cobarde y nada comprometida. El efecto de esta misiva fue tal que “como si hubiese estallado en su interior un terrible incendio, echó a correr espantada a su habitación”.[4]

La situación empeora para Emma, quien padece ahora una desilusión más fuerte. La vida no es como en sus novelas, pero ella no quiere darse cuenta. Emma Bovary es adúltera porque mantiene la esperanza de cumplir sus sueños. En este contexto, reencuentra a León, quien es ahora un hombre más decidido y audaz. La relación no tarda en establecerse, de modo que Emma incurre nuevamente en adulterio. Ahora sí cree encontrar la felicidad que suponía tener. Las ilusiones que en un principio le inspiró ese joven van a cobrar fuerza para buscar una realidad, para arrancarla de sus sueños.

Pero León no piensa como su amante. Para él, Emma es una mujer encantadora con quien vive un romance oculto. El joven pasante de notario no mantiene ideales novelescos. Sólo quiere estar con Emma, pero sin estar muy al pendiente de cuáles son sus aspiraciones. En la vida de Emma Bovary, León significa la esperanza, la certeza de que ahora sí encontrará lo que busca. Ni siquiera su pequeña hija Berthe le proporciona la felicidad que precisa. La novela descubrirá una Madame Bovary que confunde la ficción literaria con la realidad que vive, en el sentido que cree ciegamente en que ambas son iguales.

En un intento de hacer más bello su amor clandestino, Emma busca sentirse elegante; por lo que comienza a gastar demasiado dinero. Este interés de irradiar lujo y majestad, provoca que, a la larga, Madame Bovary pida préstamos a Lheureux, usurero que se aprovecha de la embarazosa situación económica de su deudora, a quien arruina.

Es aquí donde Emma pone a prueba a sus amantes: León se niega a ayudarla, con temor a las locuras de quien ya lo tiene algo hastiado. Por lo mismo, aprovecha este momento para romper relaciones con ella. Madame Bovary irá a buscar a Rodolfo, quien ahora goza de una situación económica holgada. Lo que más le importa a Emma es que ella sigue amando a ese hombre, a pesar de las desilusiones que éste le causara tres años atrás. Al verlo, ella no puede ocultar el deseo que en un principio la orilló a ser adúltera; por eso puede olvidarlo todo para comenzar otra vez:

-Tú amas a otras; no me lo niegues. Pero lo comprendo y las perdono: las habrás seducido como a mí. ¡Oh! ¡Eres todo un hombre! Tienes todo lo que hace falta para que se te quiera. Volveremos a empezar, ¿verdad? Nos amaremos mucho. ¿Ves? ¡Ya me río, ya soy feliz! ¡Háblame![5]

Sin embargo Boulanger no quiere comprometerse, por lo que se niega a ayudarla. Desilusionada, Emma decide quitarse la vida tomando arsénico, y deja viudo a Carlos, quien se entera de las infidelidades de su esposa. Emma Bovary termina su vida con odio: siempre aborreció a su marido, a su acreedor, y hasta a sus amantes, los que no colmaron su deseo de vivir como los personajes de aquellas novelas que leía.

En la agonía, Emma comprende su fracaso: ni el ser adúltera le dio cumplimiento a sus sueños. Pero ya no puede hacer nada, y lo peor de todo es que ni siquiera un arrepentimiento podría darle felicidad:

Emma abrió los ojos y miró a su alrededor como quien despierta de un sueño; luego, con voz clara, pidió un espejo, e inclinada ante él permaneció algún tiempo, hasta que gruesas lágrimas brotaron de sus ojos. Volvió la cabeza, lanzó un suspiro y se dejó caer sobre la almohada.[6]

Emma queda descrita, pues, dentro de la literatura francesa del siglo XIX como la mujer que incurre en adulterio con miras a realizar sueños novelescos.

3. La señora de Rênal, la adúltera pía

Aunque no es protagonista de la historia que narra Stendhal en Rojo y Negro, vemos en la señora de Rênal una adúltera distinta a la presentada por Flaubert: piadosa, temerosa de Dios y su religión, madre solícita y mujer fina. Nótese el modo en que la describe el mismo autor en un artículo posterior a la publicación de esta novela:

La señora de Rênal es una mujer encantadora, como muchas de las que existen en provincias(…) una de esas mujeres que no saben que son hermosas, que lo ignoran, que consideran a su marido como al primer hombre del mundo, temblorosas ante ese marido, y que creen amarlo con todo su corazón.[7]

En realidad, esta señora creía amar a su marido, el alcalde de Verrières (en ningún momento lo odia, ni siquiera cuando ella incurre en adulterio). Como Emma Bovary, la señora de Rênal también tiene sueños; pero éstos se refieren exclusivamente a su familia: sobre todo a sus hijos.

Cuando el señor de Rênal contrata al joven Julien Sorel para que se encargue de los niños, lo hace más por la imagen que esto le dará, que por la formación de sus hijos. Su esposa, sin embargo, busca sinceramente que con el seminarista sus pequeños obtengan la mejor educación.

Al leer esta novela, se advierte que los únicos intereses de Sorel son el escalar posiciones en la nobleza. El deseo hace que el muchacho oculte estas aspiraciones bajo un rostro de intenciones puras. Pero su orgullo es demasiado fuerte y ello provoca, a la larga, el adulterio de su patrona: En una ocasión, la señora de Rênal roza sin querer la mano del seminarista. Asustada, la retira rápidamente. Julien interpreta este gesto como un desprecio, por lo que se impone a sí mismo el reto de tocar esa mano que lo ha rechazado antes de la medianoche. El haber cumplido con ese desafío hace que la señora de Rênal comience a cuestionarse paulatinamente respecto a lo que siente por el joven:

¡Cómo es posible! ¿Acaso estaré enamorada? -se decía-. ¿Será esto amor? Yo, una mujer casada, enamorada… Pero -continuó- nunca experimenté hacia mi marido esta sombría locura que me impide apartar el pensamiento de Julien. En el fondo no es más que un niño, lleno de respeto hacia mí. Esta locura será pasajera. ¡Qué le importan a mi marido los sentimientos que yo albergue hacia Julián!(…) No le estoy quitando nada a él para dárselo a Julien.[8]

La señora de Rênal va cediendo a sus sentimientos por el seminarista, y poco a poco acrecienta su amor por él, lo que provocará que se susciten habladurías en el pueblo. Ella es consciente de esto, e incluso llega a prever con qué nombre se le puede llamar a la falta en que está a punto de incurrir si sigue así:

De repente, vio ante sus ojos la horrible palabra: adulterio(…) El porvenir se le dibujaba con unos colores terribles. Se veía a sí misma despreciable(…) Cuando la horrible idea del adulterio y de toda la ignominia que, en su opinión, éste llevaba consigo(…) pensaba en la dulzura de vivir con Julián de una manera inocente.[9]

La señora de Rênal es una mujer que incurre en adulterio, pero con una esperanza de que sea este mismo sentimiento que la ha inducido quien la redima de su falta. A diferencia de Madame Bovary, esta adúltera busca un amor tranquilo, inocente y hasta puro. La señora de Rênal ama a Julien, y busca lo mejor para él. Ella es feliz de por sí procurando la felicidad de su amado, sin esperar nada a cambio.

A lo largo de la novela, la esposa del alcalde va alterando sus códigos de moralidad para encumbrar sobre ellos a Julien. Casi al final de la historia, cuando, recuperada de las heridas que aquél le hace, va a visitarlo a la cárcel, tiene que reconocer:

En cuanto te veo, mi deber desaparece, no soy más que amor por ti, yo diría incluso que la palabra amor significa muy poco. Siento por ti lo que únicamente debería sentir por Dios.[10]

La señora de Rênal es adúltera que idolatra -en el sentido más estricto de la palabra- a su amante. A ella no le importan ya su marido, la sociedad, lo que diga la gente de Verrières, y menos aún el que Julien mismo le disparara en la iglesia por la carta que aquélla redactara por órdenes de su padre espiritual. La Señora de Rênal escribió la misiva que desacreditaba al joven frente al señor de La Mole (futuro suegro de éste) con el único fin de complacer al sacerdote. Pero incluso ella no ponía objeciones a que su amado se casara con otra. En esto se parece a Madame Bovary cuando ésta pretende volver con Boulanger a pesar de las mujeres que hayan habido en su vida.

La señora de Rênal pide perdón a Julien, quien estuvo a punto de asesinarla, y le confiesa el amor que sigue sintiendo por él. Mas aun, ella lo aconseja para que apele a la justicia y ésta lo pueda dejar libre de culpa. La adúltera se pone a un lado de su amante como si fuera su ángel protector, y no le importa que el alcalde se haya enterado de este adulterio: ella se entrega al amor que siente, por el que ha perdido todo:

He franqueado los límites del austero pudor… Soy una mujer sin honor; bien es verdad que lo soy por ti…

 Su acento era tan triste, que Julián la besó con una dicha muy nueva para él(…) Acababa de entender, por primera vez, toda la grandeza del sacrificio que ella había hecho por él.[11]

Es ella una adúltera que lo da todo por su amante. La señora de Rênal se preocupa más por Julien que por ella misma. A diferencia de Madame Bovary, ella no busca su propia felicidad o la realización de sus sueños, sino dar más amor a aquél de quien está enamorada. Aun sabiendo que todo está por concluir, lucha por salvar a Julien de la muerte, aunque eso pueda hundirla más. Oficialmente es una adúltera, la sociedad entera tiene conocimiento de lo que ella ha hecho; cosa que no sucede con Emma en la novela de Flaubert. La adúltera de Stendhal es la de formación más piadosa y la más vilipendiada, incluso por su marido. Esto se contrapone al caso de Emma, cuyo adulterio fue doble y desconocido hasta después de muerta.

Se destaca también la diferencia entre la muerte de ambas. Emma termina arruinada, despreciada por sus amantes y sin sentir gran amor por su hija. Se suicida ingiriendo arsénico y le oculta este hecho a su marido. En la historia de Stendhal, Julien, arrepentido y amando a la señora de Rênal, le hace prometer que no se quitará la vida.

La señora de Rênal fue fiel a su promesa. No trató de atentar contra su vida pero, tres días después de la muerte de Julián, murió ella también abrazando a sus hijos.[12]

La señora de Rênal no olvida a sus hijos, aunque su marido la desprecie. Y, finalmente, muere como madre amorosa; a pesar de que la sociedad la haya catalogado ya como adúltera.

Conclusiones

Tanto Emma Bovary como la señora de Rênal son mujeres que incurren en adulterio, pero por motivos muy distintos: una busca recibir amor, la otra busca darlo; una insiste en vivir dentro de la ficción literaria, la otra analiza las consecuencias de sus acciones en la realidad que vive. Madame Bovary es una mujer que vivía insatisfecha pudiendo encontrar satisfacción en su matrimonio; en contraste, la señora de Rênal creía vivir satisfecha en su matrimonio hasta que descubre que no todos los hombres eran como su marido. Emma tiene dos amantes; la señora de Rênal, sólo uno. Emma busca a León después de ser abandonada por Rodolfo; la otra, espera. La primera muere odiando a todos; la otra ama hasta el final.

No quiere hacerse una apología de una sobre la otra, pero sí mostrar los contrastes establecidos entrambas como mujeres que incurren en adulterio, personajes retratados por la literatura francesa del siglo XIX. Otra peculiaridad entre ellas es que Emma Bovary es protagonista de la historia narrada en la novela; mientras que la señora de Rênal es co-protagonista de la historia que gira en torno a Julien Sorel, su amante.

Tanto Stendhal como Flaubert descubrieron la imagen verdadera y profunda de la realidad en la que estaban insertos, donde la adúltera puede serlo no necesariamente por la concupiscencia de la carne, sino -como el caso de éstas, sus mujeres- por motivaciones más profundas, a saber: la búsqueda de la felicidad o el darlo todo por el amante.

BIBLIOGRAFÍA

FLAUBERT, Gustave, Madame Bovary, 8a. ed., Editores Mexicanos Unidos, México, 1992, 265 pp.

__________________, Madame Bovary. Costumbres de provincia, Prólogo de José Arenas, 8a. ed., Porrúa, Col. “Sepan cuántos…” no. 352, México, 1997, 195 pp.

STENDHAL, Rojo y negro, Traducción de Emma Calatayud, Origen, México, 1983, 575 pp.

____________, Rojo y negro, Introducción de Francisco Montes de Oca, 2a. ed., Porrúa, Col. “Sepan cuántos…” no. 359, México, 1986, 314 pp.


[1] FLAUBERT, Gustave, Madame Bovary, p. 61.

[2] Idem, p. 75.

[3] Idem, p. 105.

[4] Idem, p. 159.

[5] Idem, p. 236.

[6] Idem, p. 247.

[7] STENDHAL, Sobre “Rojo y negro”, en STENDHAL, Rojo y negro, pp. 563-564.

[8] STENDHAL, Op. cit., pp. 73-74.

[9] Idem, p. 75.

[10] Idem, p. 533.

[11] Idem, pp. 533-534.

[12] Idem, p. 552.

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